miércoles, 27 de julio de 2011

Coronel Jorge "pajarito" Silveira, abusador de menores. Violencia sexual durante la dictadura

La publicación de las fotos del coronel retirado Jorge Silveira desencadenaron testimonios sobre una faceta poco conocida de sus antecedentes: el Jorge Silveira que, además, de torturar, desaparecer, robar niños y asesinar, solía violar y agredir sexualmente a prisioneros adolescentes. La crudeza del relato puede ofender la sensibilidad, pero es ineludible para tomar conciencia.

Están tirados en el piso, o recostados contra las paredes húmedas, como objetos inertes. Son unos veinte adolescentes, siete mujeres, quizás trece varones, todos menores de edad. Están desnudos. La única prenda es una venda en los ojos, que puede ser una tela oscura, o una bufanda. El lugar es espacioso, probablemente un sótano. Hay escaleras hacia lo que sería la planta baja, y otras escaleras que llevan a un piso superior, a las habitaciones donde están las cadenas, los caballetes, el tacho, la cama con resortes metálicos, la picana. En el sótano se pueden oír los llantos y los gemidos de dolor de los cuerpos cercanos, y también los gritos desgarradores -ecos de sus propios gritos- que vienen de los pisos superiores, de otras victimas que están siendo torturadas, que no verán, que no conocerán, y es posible imaginar que permanecerán tirados en algún otro lugar del edificio, con sus cuerpos lacerados, temblando de frío y de miedo, en espera de lo único previsible, la próxima sesión de tortura.
Es invierno, fin de junio de 1981. A seis meses del plebiscito que estalló en la cara de la dictadura, los aparatos militares y policiales andan a la caza de los impulsores de las estructuras sindicales y estudiantiles que afloran incontenibles. La víspera del octavo aniversario del golpe de Estado, agentes de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, en previsión de manifestaciones relámpago, hacen una redada de estudiantes del IAVA y de otros liceos.
 Esta misma madrugada, 27 de junio, los 20 adolescentes son trasladados en una camioneta policial a las dependencias de la calle Maldonado y comienzan a ser torturados. Todo el repertorio -golpes, colgadas, plantones, picana, submarino- tiene un objetivo concreto: ubicar una impresora, una máquina de imprenta que abastece volantes llamando a organizarse, a resistir. Un oficial de policía a quien dicen "La momia", otro llamado Prezza, -"que estuvo en el tiroteo a una manifestación por el plebiscito del voto verde y que salió fotografiado en los diarios"- y otros oficiales de policía que se identifican con alias, "Tito", "Perico", reclaman por las armas, mientras torturan, pero lo hacen sin convicción porque saben que esos muchachos de entre 15 y 18 años no están armados, ni siquiera están organizados. Pronto se agotará la lista de las preguntas, y los interrogatorios perderán fuerza, sentido, pero la tortura continuará.

"Esto no es nada", les dicen cuando bajan las escaleras, de vuelta al sótano, a la precaria tranquilidad en tinieblas. "Cuando vengan los duros, los yerbas, ustedes van a rogarnos que volvamos nosotros". Los duros son apenas voces que los liceales del IAVA aprenden a reconocer y que inevitablemente producen un particular terror: entran en el sótano pateando, gritando, insultando. "Yo soy el jefe, soy el que mando. Yo hago lo que quiero. Los cojo, los mato". El día que oyó por primera vez ese timbre de voz, Jorge G. apenas pudo ver, más allá del borde de su venda, unos pantalones verdes grisáceos, unos zapatos comunes, y una mano que sostenía una gorra militar. Es una patota que aparece cotidianamente, cada tres, cuatro días, y todos nombrarán al jefe por el mismo apodo: "Chimichurri".

Cada vez que se oye esa voz de mando, segura, insolente, un estremecimiento involuntario ganará a los prisioneros allí tendidos. Pronto aprenderán a registrar una sutil diferencia en el tono de los sollozos de las compañeras que "Chimichurri" elige para interrogar: "Mirá ésta, está más crecida", apuntará la voz de otro "duro", y muy rápidamente asociarán la presencia de esta patota con las violaciones a que son sometidos, sin excepción, varones y mujeres.

Con 16 años, Jorge se mantiene firme después de jornadas ininterrumpidas de tortura, una firmeza elaborada en su corta militancia a base de una preparación mental. Pero ni aun las más duras prevenciones podían anticipar lo que le esperaba el día en que "Chimichurri" lo conduce a una pieza de lo que supone es la planta baja del edificio. Hay varios hombres, que ríen y gritan, excitados, cuando lo arrojan sobre una mesa, y lo atan boca a abajo, para inmovilizarlo. El dolor de la penetración se suma al dolor de las otras torturas, dolores que se fueron acumulando a lo largo de los días; y habrá también el dolor especial de un palo y de un tubo metálico que le produce heridas internas en el ano. Hay aplausos, y hay quien comenta: "Dos al hilo", a la espera de su turno, pero es la voz inconfundible de "Chimichurri" la que le pregunta junto al oído: "¿Te gusta?", mientras le tira de la cabeza hacia atrás.
Para que no hubiera dudas, para que todos comprendieran lo que les esperaba, "Chimichurri" dirá, cuando devuelve a Jorge al sótano: "Acá se van a volver todos putos". Mucho después, Jorge comentará: "A mi Chimichurri nunca me interrogó, nunca me preguntó nada, sólo me violaba",y agregará, al evocar el infierno, una reflexión demoledora: "Claro, cuando te violan no tienen la intención de interrogarte, no te violan para arrancarte secretos, te violan para denigrarte, para quebrarte, y fundamentalmente porque son unos degenerados. Para penetrarte tienen que excitarse", dirá, como si recién entonces accediera a la comprensión de esa conclusión terrible.
"Chimichurri" y sus secuaces llegan al edificio de la calle Maldonado para interrogar a otros prisioneros, que sufren sus técnicas en otros lugares, allá arriba. Cuando baja al sótano es simplemente para divertirse. Así lo proclama: "Quiero que todos se masturben, queremos verlos", ordena, mientras patea y pisotea cuerpos desnudos. "Chimichurri" podrá violar prisioneros maniatados e inermes, pero no podrá obtener colaboración: "Aquí nadie se toca", gritará alguien desde el suelo y otra voz repetirá la consigna, desde la otra punta. Los "duros", los "yerbas" deberán contentarse descargando su furia contra los promotores del desacato. El ataque sexual no es suficiente para estos oficiales de la lucha contra la sedición, estos "duros" que seguramente estaban encuadrados en el OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas). Pretenden que sus víctimas participen de sus desviaciones: "Si me la chupás, no te torturamos", propone "Chimichurri" a las víctimas que elige cada vez que viene al sótano. Y descargará su frustración en la violencia de sus reiteradas violaciones.

A medida que pasan los días, la agresión sexual será el acontecimiento exclusivo. Ya no saben qué hacer con esos muchachos, pero igual los sacan del edificio y los trasladan en una camioneta hasta un lugar al que se accede por un camino de tierra. Hay árboles, porque los sujetan contra los troncos y hacen un simulacro de fusilamiento. Después los devuelven al sótano. El episodio sólo confirma la irracionalidad, como si todo lo que ocurre fuera un contexto chapucero, imaginado a las apuradas, sin convicción, a los solos efectos de facilitar las violaciones contra menores de edad, la mayoría de los cuales aún eran vírgenes al momento de su detención. "Muchachos, éstos son locos, son capaces de cualquier cosa, hagan lo que les piden, porque los van a matar", les susurra un policía, que les trae la comida, que les acerca a veces una manzana, que acompaña a un enfermero. Jorge piensa en el truco del bueno y el malo, pero hay algo incuestionable: la voz de ese policía trasunta miedo; el torturador tiene miedo del violador, miedo a la aberración, a la situación sin límites.

Cada día que pasa -y serán 41 días- confirma que no hay límites: "Esta noche vamos a hacer una orgía", propone la voz de "Chimichurri", a unos prisioneros que viven en la oscuridad y que han perdido la noción de la secuencia día-noche. "Una orgía", repite "Chimichurri" e inclinándose sobre Jorge dirá: "Te ganaste la lotería". Jorge sube las escaleras a tientas, vendado, junto con otros dos compañeros, un varón y una mujer. En una pieza pequeña, abarrotada de gente, "Chimichurri" ordena: "Quiero que la cojan, queremos verlos". Jorge y su compañero se niegan. La joven solloza bajito. "Chimichurri" amenaza, golpea, pero no obtiene la colaboración. Ordena trasladarlos a otra pieza. Los varones son colgados del techo, mediante cadenas. Les quitan las vendas. "Chimichurri" se acerca y les dice: "Ustedes no tienen huevos, ahora van a ver cómo se hace". Jorge ve a un hombre bajo, de bigotes, muy delgado, "estilizado", vestido con un uniforme militar de fajina. Más allá, estaqueada sobre una mesa, de espaldas, inmovilizada por varios hombres que la sujetan, está Marina S. Está completamente desnuda, le han quitado la venda, pero el foco de luz intensa que se usa para los interrogatorios deja en una total penumbra al grupo de hombres que la violan, turnándose, riéndose de sus desesperados forcejeos, de su llanto.

Los dos prisioneros gritan, insultan, escupen, se retuercen en el aire, y hasta logran golpear con el cuerpo a uno de los violadores que pasa delante de ellos. Finalmente logran atraer su atención, y comienzan a golpearlos.
Oyen cómo Marina les grita: "Aguanten", creyendo que los estaban interrogando y que los obligaban a mirar la violación para obtener información.
Regresan al sótano llorando los tres y los otros comprenden la particular angustia, porque los sollozos se generalizan. Jorge trata de consolar a Marina, una niña que acaba de cumplir 15 años y que en medio de aquella locura, sólo atina a decir: "Hubiera preferido que fueran ustedes los primeros".

Así como los llevaron, un día los soltaron. En medio de una represión que ese invierno, cuando asumía Gregorio Álvarez la presidencia y cuando comenzaban las conversaciones políticas de los militares con los blancos de la "comisión de los 10" y los colorados de la "comisión de los 6", la detención de los estudiantes liceales quedó sumergida, postergada en las consecuencias de otras redadas, que terminarían con la captura de los dirigentes clandestinos de la CNT y de la FEUU. Los muchachos siguieron viéndose, pero se resistieron a conversar los detalles de aquella experiencia; algunos continuaron con su militancia, otros no; algunos formularon después la denuncia sobre las violaciones y las torturas, otros no llegaron a superar una vergüenza que no les correspondía. Algunos superaron el trauma, otros no. Marisa peleó con sus fantasmas durante años y al final desistió de la pelea: se mató de un tiro. Jorge llegó a identificar a "Chimichurri", conversó con otros prisioneros que en distintos lugares, en la Tablada, en el 13 de Infantería, en Automotores Orletti, lo habían visto y habían sufrido sus técnicas. La coincidencia de la reconstrucción de los rasgos físicos tuvo la confirmación con una pequeña foto, borrosa, que atesoraban algunos militantes de los derechos humanos. Pero fue hace poco más de una semana, cuando La República publicó la secuencia de fotografías tomadas una tarde en la entrada del Circulo Militar, que puedo confirmar sin lugar a dudas: "Chimichurri", ahora gordo, panzón, con el rostro abotargado, es Jorge Silveira, coronel retirado. También conocido como "Pajarito", "Siete Sierras", "Oscar siete", el mismo que torturaba a los detenidos en Artillería en 1975, y ya pergeñaba una extorsión para liberar prisioneros mediante el pago de dinero; el mismo que operó en Buenos Aires y que ha sido acusado de la desaparición y asesinato de decenas de uruguayos exiliados; el mismo que secuestró a María Claudia García de Gelman, y robó a la nieta del poeta Juan Gelman: el mismo que continuó la tortura sicológica contra las presas políticas, como responsable de la cárcel de Punta Rieles, es el "Chimichurri" que violaba adolescentes en los sótanos de la calle Maldonado con el único objetivo de satisfacer sus desviaciones.

Ese es el hombre que la ley de caducidad le otorgó una impunidad para todos sus crímenes, es el hombre que fue ascendido a coronel por Julio María Sanguinetti en su primera presidencia, es el hombre que fue designado por Sanguinetti, en su segunda presidencia, en el Estado Mayor del Comandante del Ejército, es el hombre que el general Fernán Amado quería tenerlo como colaborador personal, es el hombre que comparte asados con el senador Pablo Millor, con el diputado Daniel García Pintos y con el dirigente pachequista Alberto Iglesias, es el hombre a quien el presidente Jorge Batlle dejará impune en el asesinato de María Claudia, si decide incluir el caso en la ley de Caducidad.

Nota de Samuel Blixen
Publicada en Semanario Brecha
Montevideo, 7.11.2003
(Extraído del grupo "Uruguayo en defensa de los derechos humanos")

sábado, 23 de julio de 2011

Floreal Avellaneda

En agosto del 1976 el cuerpo de Floreal Avellaneda fue encontrado  en la costas del Río de La Plata, en la ciudad uruguaya de Colonia de Sacramento, junto a un grupo de cadáveres y reconocido poco después a raíz de un pedido de identificación de la justicia argentina a la uruguaya. El día que hallaron su cuerpo hubiera cumplido 15 años.
Lo secuestraron un mes antes en represalia porque se había escapado su padre,  delegado gremial en una fábrica textil de la zona norte del Gran Buenos Aires. El padre de Floreal Avellaneda militaba en el Partido Comunista y Florea lo hacía en la Federación Juvenil Comunista. 33 años después llegó la sentencia a prisión perpetua para los responsables del centro de detención Campo de Mayo donde fue cometido el asesinato del adolescente por empalamiento y torturas.


Los hechos por los que se imputa al ex comandante de Institutos Militares de Campo de Mayo, el ex general Santiago Omar Riveros; el ex jefe de Inteligencia, Fernando Verplaetsen; el ex jefe de la Escuela de Infantería, Osvaldo García; a los ex militares, César Fragni y Raúl Harsich; y el ex policía bonaerense Alberto Aneto (acusado de ser el torturador de Iris y su hijo), “demuestra que decir delitos de lesa humanidad no es suficiente son delitos monstruosos de lesa humanidad. Estamos pidiendo que sean condenados con las penas máximas y creo que serán severísimas y en cárcel común, por supuesto”, auguró el querellante Patricio Echegaray, dirigente comunista y compañero de militancia del padre de Floreal.


Hoy el juicio tiene un nuevo giro al dictaminar el juez la prisión domiciliaria por avanzada edad de los genocidas.



http://casapueblos.blogspot.com/2011/07/la-impunidad-toda-vela-dos-jefes-de-la.html

miércoles, 20 de julio de 2011

Norma

* artículo extraído de capturavidas.blogspot
Norma Cedrés nació, el 9 de setiembre del año 1931 en el Departamento de Lavalleja.
 Tenía 47 años de edad era viuda y tenía un hijo pequeño cuando fue secuestrada el 22 de octubre del año 1975, en el operativo desplegado por las fuerzas golpistas a gran escala contra el Partido Comunista.
Ella era comunista y militante también del Frente Amplio y había trabajado en el diario El Popular.

“La Operación Morgan”, así llamada por la inteligencia militar, fue el operativo que durante diez años persiguió, encarceló y torturó a miles de militantes del Partido Comunista del Uruguay.  El saldo conocido hasta hoy, además de los miles de presas y presos políticos fue: 
.23 DESAPARICIONES, 16 MUERTOS EN TORTURA, UN ASESINATO EN ARGENTINA, 6 MUERTES EN PRISIÓN CÁRCEL Y TORTURA PARA MILES DE PERSONAS .

Norma llegó al penal de Punta de Rieles, siendo de las primeras detenidas del Partido Comunista
Ese campo de concentración: -Establecimiento Militar de reclusión Nº 2-; fue creado para la destrucción psíquica de las prisioneras políticas, allí estaban presas de otros grupos de izquierda, la mayoría jovenes militantes y resistentes contra la dictadura.

Los oficiales y la comandancia que lo regenteaban, eran los mismos que mediante torturas aberrantes
interrogaban a las prisioneras políticas en los cuarteles y centros clandestinos al ser detenidas.
Es decir: era una extensión de la salas de torturas con una función más sofisticada: destruirlas a largo plazo.
A este lugar llega en los comienzos del año 1976 Norma Cedrés.
Venía del “infierno” “300 Carlos, Centro clandestino.

Esos centros clandestinos eran dependientes del Organismo Coordinador de OperacionesAntisubversivas (OCOA) del Servicio de informción de Defensa.
Este organismo fue creado en 1971 por el comando General del Ejército y disuelto en 1985.
Todas las unidades militares disponían de efectivos que integraban este organismo y
fue en 1975 que comenzó a registrarse la utilización de centros clandestinos donde se sometían
a los detenidos a crueles torturas.

Para tapar los gritos de desesperación y dolor de los cuerpos lacerados, los torturadores
ponían una música estridente. 

Entre esos cuerpos se encontraba Norma Cedrés.

Cuando en el cuartel de Infantería del kilómetro 14 nos permitieron sacar la venda,
vi a una mujer extraña: mirada ausente y los tacos de sus zapatos sin forro”
Esa mujer de mirada ausente era Norma Cedrés, estaba convencida de que su hijo de ocho años estaba ahí,
un día me dijo:” me trajeron a Pepito.

Luego de un tiempo, fue llevada al Penal, allí recibió el alivio entre sus compañeras,
que la contuvieron con amor y brindaron cuidados permanentes.
Pero el objetivo de los militares y civiles cómplices; como médicos y psiquiatras continuarían su obra macabra hasta el final.
La observaron, la persiguieron sin cesar, la aislaron infinidad de veces en los calabozos, la interrogaron en medio de su delirio.

“los oficiales entraban por la noche a interrogarla (...) Una noche, después del “silencio”, se abrió la reja y entró el teniente Mendoza con una soldado. La obligaron a levantarse y prepararse para salir. Norma estaba con un camisón blanco, largo.
Cuando se arrodilló a buscar sus cosas debajo de la cucheta el oficial le dijo:”Levantate, che, apurate”.
Ella se irguió con aquel camisón blanco largo y le contestó: “Sepa que nunca estaré de rodillas ante usted, traidor a la patria”. "Quedamos heladas".
La llevaron al calabozo,
La angustia se expandió entre todas las compañeras, por la suerte de Norma, la volvían a castigar una y otra vez.

¡Aferrarla a la vida!; era la consigna del colectivo de compañeras,

A su regreso del calabozo, la rodeamos nuevamente y comenzó un leve repunte,se la notaba mejor, alegre, participando de actividades de estudio y realizando manualidades.
“Todas juntas lo podíamos lograrlo, estábamos seguras".

Ellos también lo vieron, se aprestaron al golpe final, la trasladan de sector.
En ese otro lugar, las nuevas compañeras sabiendo lo que sucedía con ella, se organiza y diagraman urgente, un nuevo dispositivo de contención. Volver a empezar para lograr confianza y aferrarla a la vida. Ya había intentado el suicidio.
La comandancia, los médicos, las milicas, los psiquiatrasdel Penal, todos empujándola al abismo.

“El 1º de diciembre de 1977 de mañana estaba muy mal, hablamos y le dije que la iba a ayudar otra vez a salir del pozo. Quedamos en que cuando volviera de Odontología íbamos a caminar y conversar. Esa mañana se colgó de la cadena de la ventanilla del baño. Las compañeras la sacaron con vida y fue internada en el hospital militar. Recuerdo que en medio de nuestro dolor nos hicieron formar y entonces el mayor Vázquez, a quien acuso de ser el cerebro de toda la maniobra que llevó a Norma al suicidio, nos acusó de no haber actuado rápidamente en auxiliar a Norma. Ese día el Mayor Vázquez, había mejorado su imitación a Hitler para aumentar el terror.
El 21 de diciembre me internaron en el hospital militar y pensamos que tal vez la encontraría allí, que no hubiera muerto.
Sí, estaba allí; en estado de vida vegetativa y se hallaba cubierta de tubos. Entonces ocurrió lo más brutal, creo que viví estando presa: se instaló en la sala de detenidas el juzgado militar y, actuando como testigo los enfermeros, le dieron la libertad, fijándole como residencia el hospital Saint Bois.
Ese mismo día; el 16 de enero de 1978 el corazón de Norma dejó de latir.
El fascismo se había cobrado otra vida joven, capaz, en su escalada de muerte”.
Y en el otro sector que había estado Norma sucede esto:
“un día abrieron la puerta violentamente y nos tiraron para adentro del sector todas las pertenencias de Norma
Eso solo podía tener un significado y en la visita, los familiares nos confirmaron la muerte de la compañera.

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* artículo extraído de: http://psiquiatrianet.wordpress.com/2011/02/06/sintoma-de-desequilibrio/
1977. Único caso de “mujer prisionera muerta” por suicidio en dictadura
Mauricio Pérez |
La Justicia deberá indagar el rol jugado por médicos y psiquiatras militares en las sesiones de tortura durante la dictadura, de prosperar una nueva denuncia por violaciones a los derechos humanos perpetradas en dicho período. La denuncia apunta a desentrañar los tormentos psíquicos contra presos políticos.
Familiares y amigos de la militante del Partido Comunista Norma Cedrés de Ibarburu presentaron ayer ante la Justicia una denuncia penal por su muerte, ante la presunta responsabilidad de los servicios represivos de la dictadura, en su decisión de autoeliminarse, sobre fines de 1977.
La denuncia fue formulada contra los mandos civiles, militares y policiales de la dictadura cívico-militar (1973-1985) y todos los posibles responsables, por acción u omisión, ya sea en calidad de autores mediatos o de coautores, en el “homicidio político”, “determinación al suicidio” y “detención ilegal” de Norma Cedrés, según el escrito presentado por la abogada María del Pilar Elhordoy, al cual accedió LA REPUBLICA.
Cedrés, militante del Partido Comunista, viuda y madre de un niño de 10 años, fue detenida por efectivos de las Fuerzas Conjuntas en su domicilio, el 22 de octubre de 1975, en el marco de la “Operación Morgan”, una acción de “gran escala” impulsada contra los adherentes a dicha organización política.
Cedrés fue sometida a diversas y reiteradas torturas físicas y psíquicas durante su reclusión, siendo la única “mujer prisionera política” muerta por suicidio en una unidad militar en dictadura. Sin embargo, el patrón para su eliminación física y psíquica fue utilizado en todas las detenidas para lograr “la muerte o la enfermedad y/o deterioro mental”, según expresa la denuncia.
En este sentido, la “patología psiquiátrica” de Cedrés fue utilizada como “la herramienta más eficaz” para su “eliminación física”, por cuanto su condición de viuda y madre sería la “llave” utilizada por los represores, con asistencia de médicos y psiquiatras, para su “destrucción” física y psíquica, en “búsqueda de terminar con su vida de cualquier manera”, señala el escrito.
“El hostigamiento permanente fue la clave y estuvo en manos de los psicólogos y médicos/as a su cargo la tarea de buscar ‘las fallas’ de Norma para que ella misma lograra lo que ellos buscaban, esto es: o la locura total o la muerte. Es bien sabido y de público conocimiento, incluso hoy en día es innegable y casi ridículo no admitirlo, que la dictadura y la reclusión permanente de los presos y presas políticas buscaba las dos cosas antes dichas (locura o muerte). Estos eran los caminos para la eliminación del supuesto ‘enemigo’”, dice el escrito.
El homicidio de Cedrés, por tanto, “integró un plan de represión sistemática de opositores políticos que procuraba impedir cualquier manifestación en defensa de la democracia y en contra del golpe de Estado producido años antes y sostenido en el tiempo”.
“La víctima fue hostigada hasta el cansancio y se torna inadmisible aceptar que su muerte fue un hecho puntual y no una sucesión de actos predeterminados que buscaban un objetivo. Norma Cedrés no escapó a este macabro plan. (…) En este caso, la víctima es claramente inducida a la locura extrema y una vez llegada a esta, se da, estratégicamente un paso adelante, uno más dentro del plan y elaboran la forma de que ‘sea ella la responsable de sus actos’”, aduce la abogada.
La denuncia promovida por José Ibarburu, hijo de Norma Cedrés, y otros amigos de la víctima apunta a demostrar la responsabilidad de médicos y psiquiatras en los procedimientos represivos (torturas) desarrollados dentro de las unidades militares en dictadura. Asimismo, la denuncia promueve catalogar el crimen como un delito de lesa humanidad.
Fuentes:
·         http://www.larepublica.com.uy/politica/442994-medicos-y-psiquiatras-indagados-por-torturas
·         http://elpolvorin.over-blog.es/article-norma-cedres-medicos-y-psiquiatras-indagados-por-torturas-68422690-comments.html


jueves, 14 de julio de 2011

Violencia sexual en la dictadura Argentina enfrenta juicio

"Las autoras sostienen que en los años 80, los procesos judiciales tenían "aspiraciones acotadas" y los testimonios estaban enfocados a probar la existencia de un plan sistemático de represión. Por eso los delitos sexuales no aparecieron en la sentencia contra los ex comandantes de la dictadura.

Frente a la dimensión del plan de exterminio, el objetivo de probar la represión opacó vivencias individuales que quedaron en segundo plano. En cambio ahora se registra un "salto cualitativo" en los testimonios, subrayan las autoras."

miércoles, 13 de julio de 2011

2 encuentro latinoamericano contra la tortura, Montevideo junio 2011

http://0z.fr/L_pGx

Jefa de derechos humanos de la ONU: “Los torturadores serán llevados ante la justicia tarde o temprano”

Jefa de derechos humanos de la ONU: “Los torturadores serán llevados ante la justicia tarde o temprano”

"La tortura es ilegal, y si es efectuada de manera sistemática puede constituir un crimen de guerra o de lesa humanidad. Ninguna circunstancia, por excepcional que sea, justifica el uso de la tortura contra ninguna persona, por ninguna razón. Ni un estado de excepción o conflicto, ni la lucha contra el terrorismo o contra el crimen dispensa el uso de la tortura. Estas prácticas deshumanizan tanto a la víctima como al torturador, y dejan marcas en personas, comunidades y sociedades enteras que pueden ser muy difíciles de cicatrizar. El proceso de reparación comienza con la justicia e involucra una rehabilitación a largo plazo de las víctimas y de los victimarios, y también compensaciones."

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La revista de los profesionales de las Artes Escénicas: "De Fuente Ovejuna a Ciudad Juarez" recorre nuestr...: "Los días 9 y 10 de julio la sala Triángulo de Madrid acogerá el aclamado montaje 'De Fuente Ovejuna a Ciudad Juárez', que traslada el argu..."

VIOLENCIA SEXUAL EN LAS CÁRCELES DE LA DICTADURA “Porque no quieren morir sin decirlo” de Mariana Contreras


“Dejadme entrar, que bien puedo
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?”
Monólogo de Laurencia
  Fuenteovejuna (1619), de Félix Lope de Vega


El lunes pasado Uruguay recordó los 38 años transcurridos desde que Juan María Bordaberry y su claque civil y militar dieran el golpe de Estado. El 26 de junio, un día antes de esa fecha nefasta en el calendario nacional, se celebró a instancias de la onu el Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de la Tortura. Este año, en su mensaje, el secretario general de la institución, Ban Ki Moon, calificó la tortura como “un intento brutal de destruir el sentido de la dignidad y el valor del ser humano. Funciona como un arma de guerra y no sólo aterroriza a sus víctimas directas sino que trasciende a las comunidades y sociedades”. Uruguay sabe de eso, lo saben quienes fueron torturados y quienes vivieron durante años con el temor de que les “tocara a ellos”. Lo saben quienes, ya en la apertura democrática, cerraron sus oídos ante el relato del horror.
A su vez, quienes participaron el pasado fin de semana en el II Encuentro Latinoamericano por la Memoria, la Verdad y la Justicia* 
–cuyo tema central fue la tortura– saben también lo difícil que sigue siendo hoy sostener la mirada ante quien testimonia.
Fue en ese mismo encuentro que Pablo Chargoñia recordó que Uruguay sigue sin tener presos por el delito de tortura. Esas palabras se llenan de sentido apenas se piensa en las innumerables formas de dolor y sadismo que aplicaron los militares uruguayos frente a sus víctimas. Y llaman a la reflexión cuando apenas horas después Ban Ki Moon afirma que los estados “no podrán invocar circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública o situación de seguridad nacional” para cometer actos de tortura. Y agrega que entre sus “obligaciones” se incluye el deber de proporcionar a todas las víctimas de tortura los medios de obtener reparación de manera efectiva y rápida, y de recibir indemnización y rehabilitación. Nada que ver a Uruguay.
En el marco de todo lo que queda por hacer, de todo lo que queda por conocer, Brecha eligió entrevistar a Soledad González Baica (S G B) y Mariana Risso (M R) 
–estudiante de ciencias políticas la primera, psicóloga la segunda–, dos jóvenes que llevan adelante el proyecto Las Laurencias, donde buscan generar reflexión en torno a uno de los aspectos más acallados de la tortura: la violencia sexual que perpetraron los militares sobre sus víctimas. Las Laurencias lo llaman, y presentan su proyecto con el acápite que da inicio a esta nota, recordando a aquella labradora de Fuente­ovejuna que conmina a los habitantes de su pueblo a hacer justicia frente al sometimiento sexual que aquel comendador, amparándose en el derecho de pernada, cometía contra las mujeres. Casi 400 años después, las formas que se da la justicia son otras, muy distintas a las del pueblo de Fuente­ovejuna, pero la trama del relato parece seguir intacta.

—Ustedes trabajan en dos proyectos que son independientes entre sí, ¿es así?
S G B —Yo hice un trabajo para el taller Género y Política, de la Facultad de Ciencias Sociales, en el que planteé el tema de la violencia sexual en el terrorismo de Estado uruguayo, a partir sobre todo de las realidades latinoamericanas y de los testimonios hechos públicos aquí. No recabé testimonios porque considero que dado el tema hay que tener protocolos de entrevista; hay que tener mucho cuidado en cómo se relevan y generar mecanismos de contención. Por otro lado está Las Laurencias, el proyecto en que trabajamos con Mariana.
M R —Que coincide con que un grupo de ex presas políticas se está reuniendo y estudiando la posibilidad de abrir una causa judicial por casos de violencia sexual durante el terrorismo de Estado en nuestro país. Es un grupo importante de mujeres, representativo de un número mucho mayor. En ese contexto nos planteamos hacer una compilación de trabajos que generen discurso y reflexión sobre tres ejes: el género, la violencia sexual y el terrorismo de Estado.
Si bien hay mucha necesidad de empezar a hablar, ya existen testimonios públicos. En 1985 Germán Araújo expuso en la Cámara de Senadores, entre muchos crímenes de la dictadura, situaciones de mujeres que fueron víctimas de violencia sexual. Con la ley de impunidad, con todo el proceso histórico de estos años, la violencia sexual vivida en la prisión política o en la detención, no sólo de mujeres, fue una de las cosas que quedó más sepultada en el olvido.
—Justamente, ¿por qué hablar de violencia de género cuando los hombres también sufrieron estas violencias?
S G B —En los dos casos son violencias de género, con significados distintos. Al hombre, cuando sufre violencia sexual, se lo trata de feminizar, de quitarle su masculinidad. Tiene otra implicancia. Es tan tabú como la violencia sexual femenina sólo que se vive distinto y se resuelve distinto. En la mujer se trata de la apropiación del cuerpo, son tus dueños.
—¿Y el trabajo aborda los dos ejes?
S G B —En principio estamos más abocadas a las mujeres.
M R —Son ellas las que se están reuniendo para iniciar una causa, pero también hay testimonios públicos de hombres que han sido objeto de abuso y humillaciones sexuales en prisión. Tengo la impresión de que esto es un grano de arena para empezar a hablar de violencia sexual durante el terrorismo de Estado, para ubicarlo como categoría de reflexión y de investigación, además de las posibilidades de judicialización. El tema del silencio opera en hombres y mujeres por igual, pero creo que la trasmisión intergeneracional del silencio se da generalmente en la mujer.
S G B —Elizabeth Wood analiza la violencia sexual en la guerra y conflictos armados. Habla de las diferentes calidades y objetivos: en algunos casos se usa para obtener información. En otros casos para sellar silencios. Hay conflictos donde no hay violencia sexual, y en otros fue usado para fertilizar poblaciones enteras, para instalar una etnia sobre otra. En otros es una venganza: el Ejército Rojo entró a Berlín y violó cientos de miles de mujeres como forma de venganza contra los nazis. En el conflicto de El Salvador la violencia sexual es ejercida desde el ejército contra la guerrilla, contra las mujeres de la guerrilla, o las mujeres del enemigo aunque no fueran guerrilleras. Pero no sucedió al revés, la guerrilla no usó la violencia sexual. Tiene funciones distintas, se aplica de maneras distintas. Pero sobre todo esto en Uruguay no tenemos respuestas sino preguntas.

SILENCIOS
—Dicen que con la ley de caducidad se tejió un manto de silencio sobre aquellos primeros testimonios de las mujeres, ¿no hubo otros factores?
S G B —La discriminación de género es un problema a todo nivel. Lo vemos en la cantidad de homicidios resultado de la violencia doméstica; sin embargo el Ministerio del Interior está preocupado por la violencia en el fútbol más que por la violencia doméstica. A uno lo trata como un problema cultural y al otro como un problema a atender. Tiene que ver con el marco del sistema patriarcal en que vivimos. En ese marco, la violencia que se ha estudiado y analizado y las memorias de las que se habla son principalmente las masculinas: la mayoría de los libros trata de los hombres, salvo ejemplos como el grupo de presas que hizo Memorias para armar o el documental de Virginia Martínez, Memorias de mujeres; pero son cosas muy pequeñas que se rescatan. Quizás esté más a la vista el tema de los familiares, el de “las viejas”, que desde su rol más tradicional de madres, está rescatado.
Rita Segato, una antropóloga que ha investigado los crímenes de Juárez (en México), ve que la violencia sexual cumple una doble función: la dominación física y la moral. Por el rol que tiene la sexualidad genera un estigma, culpa, vergüenza en la víctima, el abusador queda como dueño de la vida de la víctima. Eso produce silencio en su entorno. En ese sentido habría que investigar qué pasó en Uruguay, cuánto de esto que estoy diciendo sucede aquí.
M R —Se impone también el sufrimiento de que no hay palabras para hablar de eso. Hablar de sexualidad siempre implica un nivel de esfuerzo en el discurso. Se impone ese juego perverso donde el abusador es protegido por la sensación de angustia silenciada de la víctima, y la víctima se termina transformando –por su propio dolor y necesidad de recomponerse para salir adelante, bloqueando el recuerdo doloroso– en portadora de ese silencio. Ese silencio se relaciona con las omisiones jurídicas de Uruguay, porque el hablar público implica la construcción de un sentido, y hablar de violencia sexual para los que han sido detenidos políticos tiene que tener sentido. Si no es sólo martirologio. Creo que lo más valioso que están haciendo estas mujeres que se reúnen es encontrar un sentido, un sentido político y uno humano de denunciar los crímenes a los que fueron sometidas.
—Esto me recuerda lo que dijo Enrico Irrazábabal durante el encuentro del sábado, cuando señaló que “las palabras no alcanzan para expresar y lo expresado vivido no encuentra escucha”, según palabras de quienes fueron torturados y en referencia a la necesaria trasmisión de lo vivido.
S G B —A todos les cuesta hablar de la tortura. Y una cosa que tienden a hacer todos es igualar: todos sufrieron tortura. No todo el mundo sufre la violencia de la misma manera, no todas las personas sufrieron las mismas violencias. Desentrañar es difícil por esa homogeneización. No hay análisis de particularidades y a eso también apuntamos. Todo esto tiene un fin reparatorio, sanador, no sólo personal sino social.
MR —Ese es un tema que en Uruguay tenemos que poder pensar. Me refiero a cómo uno le trasmite a sus hijos, a sus nietos, a su pareja, luego de la cárcel, un nivel masivo de daño. Lo que decías, que es difícil encontrar palabras y oídos, también lo es porque muchas veces se calla por protección, por protegerse uno mismo pero también por no dañar al otro. Y eso va generando el vínculo de lo perverso que tiene este tipo específico de castigo. Nuclear gente que pueda pensar sobre esto es intentar romper un muro de trasmisión intergeneracional del silencio.
Maricel Robaina, una de las psicólogas que acompaña al grupo de presas, nos decía que muchas de ellas están hablando ahora porque no se quieren morir sin decirlo. Fueron presas muy jóvenes. También fueron liberadas siendo mujeres jóvenes, fértiles, que tenían que salir a pelear una reconstrucción vital, pero ahora están en otra etapa de la vida y no quieren seguir cargando con silencios, no quieren llevárselos sin que nadie haya escuchado lo que tienen para decir.

SIN LÍMITES
—En una entrevista radial,** Soledad dijo que estaba bueno no enfocar esto en una persona –en referencia al “Pajarito” Silveira, emblema de la violencia sexual en dictadura– porque no fue el único. Sumado esto a la referencia que hacen al terrorismo de Estado, me pregunto si puede hablarse de práctica sistemática.
M R —Además de Silveira, Gavazzo y Cordero también son acusados. Ésos son los más representativos, los que están presos (no por violencia sexual y torturas, por cierto) pero hubo muchos más involucrados. Wood también dice que el silencio implica la complicidad: aquellos que han participado en la violencia sexual sellan un pacto de silencio. El primer silencio es de los agresores, la carencia de testimonios de quienes participaron en el terrorismo de Estado.
S G B —Pero hay algunos. En el trabajo cito a un militar de los que testimonió “lo que vio”. Y cuenta que había soldados que aunque tuvieran libre, si sabían que llegaban presas, iban al cuartel a abusar de las mujeres. Y tenés testimonios que hablan de mujeres violadas por 15 hombres, o la violaron durante una semana entera. Hay que tener en cuenta que la violencia sexual no es sólo la penetración, ya sea con un órgano sexual o un objeto; es estar desnuda, y que te hagan bailar, que te manoseen, que te martiricen los genitales, los senos. Que te amenacen con violarte es violencia sexual. Cuando mirás la categoría en ese nivel, no hay mujer presa que no la haya vivido, porque todas fueron desnudadas para ser interrogadas. A pesar de que si uno habla con algunas ex presas, la desnudez no la consideran violencia sexual, por lo general se refieren más especí­ficamente a la penetración.
—¿Y qué es lo que opera ahí para hacer esa diferenciación?
M R —El cuerpo, si bien es todo uno, está cargado de distintas significaciones. Es así en la tortura y en la vida cotidiana: no es lo mismo ir a hacerse rayos equis o que te revisen la mano, que ir al ginecólogo, y no es lo mismo cuando los hombres tienen que ir al urólogo. La sexualidad y los órganos sexuales están cargados con la máxima significación social en cuanto a la reproducción, a la identidad de la víctima. Uno es alguien: un hombre o una mujer. El cuerpo es sexuado, y el sexo del cuerpo tiene que ver con la identidad de la persona. Si uno ataca la sexualidad, ataca la identidad de la persona, en forma directa. Estamos hablando de esto con conjeturas muy parciales, no hay investigación sólida, ni siquiera sabemos con certeza cuántas mujeres presas hubo, por ejemplo.
—Plantean la temática en tono de reflexión, pero ¿los testimonios dónde entran? ¿No hay necesidad de ellos?
M R —Es que se podría hacer un libro con los testimonios ya publicados. Nuestra hipótesis inicial es que hay testimonios suficientes para que haya evidencia de que hubo violencia sexual sistemática durante el terrorismo de Estado ¿Por qué no ha tenido lugar suficiente en la investigación académica, de escucha, de desarrollo, indagatoria, y obviamente tampoco en el campo legal?
S G B —La ley de reparación no tiene tipificado este delito. Y si no cumpliste tantos meses de prisión no sos reparado. Yo citaba un testimonio que leí de una mujer que estuvo presa una semana, en la que todos los días fue violada. Ella no tiene ningún marco de reparación en la realidad legal del Uruguay de hoy.
M R —Ni legal, ni simbólica, ni posibilidad de acceso privilegiado a sistemas de asistencia en salud mental, nada. Queremos invitar a pensar estas cosas. Escuchar tiene que tener un sentido, de la misma manera que uno habla con un sentido, si no, ¿para qué estoy escuchando? ¿Para llorar con la persona? ¿Para desgarrarme en el sufrimiento como quien mira un informativo amarillista en la televisión? n
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*          Organizado por Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, Serpaj, Hijos, Fundación Zelmar Michelini, Casa Bertolt Brecht, Crysol, Fundación Mario Benedetti y el Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales.
**        En el programa Hasta las doce, de radio Uruguay, por las periodistas María Inés Obaldía y Lourdes Rodríguez.

ARTICULO PUBLICADO EN REVISTA BRECHA EL 1/7/2011